miércoles, 9 de abril de 2014

Heidegger | [La Ciencia]


Martin Heidegger | [La Ciencia] Aportes a la filosofía, II. La resonancia, § 73. El abandono del ser y “la ciencia”, § 75. Con respecto a la meditación de la ciencia

La meditación acerca de "la ciencia", que sea retenida en una serie de tesis, tiene que desprender una vez este hombre de la indeterminación histórica de la equiparación arbitraria con épistéme, scientia, science, y fijarlo en la esencia moderna de la ciencia. Al mismo tiempo, la variación de apariencia de saber (como custodia de la verdad), que se consolida en la ciencia, tiene que ser aclarada y la ciencia ser perseguida hasta sus organizaciones y establecimientos (la actual "universidad"), necesariamente pertenecientes a su esencia maquinadora. Para la caracterización de la esencia de esta ciencia, mientras se tenga en la mirada la referencia al "ente", es conductora la distinción ahora corriente en ciencias históricas y experimentales-exactas, si bien esta distinción, así como la surgida de ella en 'ciencias naturales y del espíritu", sólo es de primer plano y sólo oculta mal la esencia unitaria de las ciencias, en apariencia radicalmente diferentes. En general, no rige el sentido de una descripción y aclaración de estas ciencias, sino la consolidación cumplida a través de ellas y cumpliéndose en ellas del abandono del ser; en breve, de la ausencia de verdad de toda ciencia.

[…]

Hoy hay dos caminos y sólo dos caminos para una meditación sobre "la ciencia". El uno no concibe a la ciencia como la organización ahora presente ante la mano, sino como una determinada posibilidad del despliegue y de la construcción de un saber, cuya esencia misma está enraizada sólo en una más originaria fundamentacián de la verdad del ser. Esta fundamentacion se realiza como primera confrontación con el comienzo del pensar occidental y se convierte a la vez en el otro comienzo de la historia occidental. La así orientada meditación sobre la ciencia se remonta tan decididamente a un sido como, arriesgándolo todo, se adelanta hacia un venidero. En ninguna parte se mueve en el debate de un presente y su realización inmediata. Calculada a partir de lo presente, esta meditación sobre la ciencia se pierde en lo irreal, lo que para todo cálculo significa de inmediato también lo imposible (cfr. La autoafimación de la universidad alemana). El otro camino, que ha de ser trazado en las siguientes tesis, concibe la ciencia en su constitución actual real. Esta meditación intenta captar la esencia moderna de la ciencia según las tendencias que le pertenecen. Pero, como meditación, tampoco es una mera descripción de un estado presente ante la mano, sino el destacar un proceso, en tanto éste lleva a una decisión sobre la verdad de la ciencia. Esta meditación queda conducida por las mismas pautas de la primera y es sólo su reverso.

Immanuel Kant | [La Ciencia]

Immanuel Kant | [La Ciencia] | Prolegómenos a toda metafísica que en el futuro pretenda presentarse en ciencia, Prólogo, § 1. De las fuentes de la metafísica


He aquí un tal plan que sigue a la obra acabada, un plan que puede ser trazado ahora según un método analítico, ya que la obra misma debió ser compuesta enteramente según el modo sintético de exposición, para que la ciencia pusiese a la vista todas sus articulaciones en sus conexiones naturales, como la estructura orgánica de una facultad completa y particular de conocimiento. Quien encuentre que también este plan, que antepongo, como prolegómenos, a toda metafísica futura, es a su vez oscuro, considere que no es necesario que todos estudien metafísica; que hay muchos talentos que progresan muy bien en ciencias sólidas y aun profundas, más cercanas a la intuición, talentos, empero, que no alcanzan ese progreso en investigaciones con puros conceptos abstractos; y que, en tal caso, uno debe aplicar sus dotes espirituales a otro objeto; pero que quien se proponga formarse un juicio sobre la metafísica, o aun concebir una tal, debe satisfacer completamente las exigencias aquí expuestas, ya sea que lo haga aceptando mi solución, o refutándola radicalmente y proponiendo otra en su lugar -pues no puede ignorar tales exigencias-; y que, por fin, la oscuridad tan criticada (disfraz habitual de la propia indolencia o estupidez) tiene también su utilidad: pues todos los que guardan un silencio prudente respecto de otras ciencias, hablan magistralmente y deciden con osadía en cuestiones de metafísica, ya que ciertamente su ignorancia no contrasta aquí claramente con la ciencia de otros; pero sí contrasta con principios críticos legítimos, de los cuales se
puede decir por tanto con alabanza: Ignavum, fucos, pecus a praesepibus arcent. Virgl].

[…]

Si se quiere presentar como ciencia un conocimiento, se debe ante todo poder determinar con precisión lo distintivo, aquello que no comparte con ningún otro conocimiento, y que le es por tanto peculiar; en caso contrario pueden confundirse los límites de todas las ciencias, y no puede tratarse en profundidad ninguna de ellas según su naturaleza. Ya sea que esta peculiaridad consista en la diferencia del objeto, o en la de las fuentes del conocimiento, o también en la del modo de conocer, o en varios de estos aspectos, cuando no en todos ellos juntos, sobre ella se funda en primer lugar la idea de la posible ciencia y de su territorio. En primer término, por lo que toca a las fuentes de un conocimiento metafísico, ya en su concepto mismo está implícito que no pueden ser empíricas. Sus principios (entre los cuales no han de contarse sólo sus axiomas, sino también sus conceptos fundamentales) nunca se deben tomar de la experiencia; pues no debe ser un conocimiento físico, sino metafísico, es decir, un conocimiento situado allende la experiencia. Por tanto, ni la experiencia externa, que es la fuente de la física propiamente dicha, ni la interna, que constituye el fundamento de la psicología empírica, estarán en la base de este conocimiento. Es por tanto un conocimiento a priori, o por entendimiento puro y razón pura. En esto no tiene nada que lo diferencie de la matemática pura; deberá llamarse entonces conocimiento puro filosófico-, para el significado de esta expresión me remito a la Crítica de la razón pura, pp. 712 ss, donde ha sido expuesta con claridad y satisfactoriamente la diferencia de estas dos especies del uso de la razón. Esto sobre las fuentes del conocimiento metafísico.

Aristóteles | [Método y dialéctica]

Aristóteles | [Método y dialéctica] | Metafísica, EL LENGUAJE HA DE ACOMODARSE A LO HABITUAL Y A LAS EXIGENCIAS DE CADA CIENCIA

EI éxito de las lecciones depende de los hábitos del auditorio. Exigimos, desde luego, que las cosas se digan como estamos habituados, y las que se dicen de otra manera no parecen las mismas, sino mas difíciles de conocer y mas extrañas, al no ser habituales. Y es que lo habitual, en efecto, es mas fácilmente cognoscible. Y cuanta fuerza tiene lo habitual, lo pοnen de manifiesto, a su vez, las leyes; en estas lo fantástico e infantil tiene mas fuerza a causa de la costumbre, que el conocimiento acerca de ellas. Los hay que no aceptan lo que se dice a no ser que uno hable con lenguaje matemático, otros a no ser que se pongan ejemplos, y otros, en fin, exigen que se aduzca el testimonio de algún poeta. Y unos quieren que en todos los casos se hable con rigor, mientras que a otros les fastidia el rigor, ya sea por incapacidad para captar el conjunto, ya sea a causa de la minuciosidad. La exactitud, en efecto, comporta una cierta minuciosidad y de ahí que algunos la consideren mezquina, tanto en el caso de los contratos como en el ir los razonamientos. Por ello hay que instruirse acerca de que tipo de demostración corresponde en cada caso, como que es imposible pretender hallar a la vez la ciencia y el método de la ciencia. No es fácil, sin embargo, aprender ni lo uno ni lo otro y, por lo demás, no ha de exigirse el rigor matemático al tratar todas las cosas, sino al tratar de aquellas que no tienen materia Por eso el método matemático no es propio de la física. Pues seguramente toda naturaleza tiene materia. Por tanto, ha de examinarse primero qué es la naturaleza. Así, además, se pondrá de manifiesto de que se ocupa la física, y si el estudiar las causas y los principios pertenece a una ciencia o a mas de una.

Marx | [Método, Dialéctica]

 Marx | [Método, Dialéctica] El Capital, Prólogo a la 1° edición

Claro está que el método de exposición debe distinguirse formalmente del método de investigación. La investigación ha de tender a asimilarse en detalle la materia investigada, a analizar sus diversas normas de desarrollo y a descubrir sus nexos internos. Sólo después de coronada esta labor, puede el investigador proceder a exponer adecuadamente el movimiento real. Y si sabe hacerlo y consigue reflejar idealmente en la exposición la vida de la materia, cabe siempre la posibilidad de que se tenga la impresión de estar ante una construcción a priori.

Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre.


Hace cerca de treinta años, en una época en que todavía estaba de moda aquella filosofía, tuve ya ocasión de criticar todo lo que había de mistificación en la dialéctica hegeliana. Pero, coincidiendo precisamente con los días en que escribía el primer volumen de El Capital, esos gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la Alemania culta, dieron en arremeter contra Hegel al modo como el bueno de Moses Mendelssohn arremetía contra Spinoza en tiempo de Lessing: tratándolo como a "perro muerto". Esto fue lo que me decidió a declararme abiertamente discípulo de aquel gran pensador, y hasta llegué a coquetear de vez en cuando, por ejemplo en el capítulo consagrado a la teoría del valor, con su lenguaje peculiar. El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una mistificación, no obsta para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho ponerla de pie, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional. 


La dialéctica mistificada llegó a ponerse de moda en Alemania, porque parecía transfigurar lo existente. Reducida a su forma racional, provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe se abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada. Donde más patente y más sensible se le revela al burgués práctico el movimiento lleno de contradicciones de la sociedad capitalista, es en las alternativas del ciclo periódico recorrido por la industria moderna y en su punto culminante: el de la crisis general. Esta crisis general está de nuevo en marcha, aunque no haya pasado todavía de su fase preliminar. La extensión universal del escenario en que habrá de desarrollarse y la intensidad de sus efectos, harán que les entre por la cabeza la dialéctica hasta a esos mimados advenedizos del nuevo Sacro Imperio prusiano-alemán.

Hegel | [Ethos, lógica, Mundo]

Hegel | [Ethos, lógica, Mundo] | Ciencia de la lógica, Prefacio 2° edición


En las silenciosas regiones del pensamiento que ha vuelto a sí mismo y que existe sólo en sí mismo, se callan los intereses que mueven la vida de los pueblos y de los individuos. Aristóteles, refiriéndose siempre al mismo tema, dice "la naturaleza del hombre en muchos aspectos es dependiente; pero esta ciencia, a la que no se busca por utilidad alguna, es la única libre en sí y por sí, y por eso no parece ser una propiedad humana" . La filosofía en general tiene todavía que ocuparse de objetos concretos —Dios, la naturaleza, el espíritu—en sus pensamientos; pero la lógica trata de ellos sólo por si, en su total abstracción. Esta lógica suele por eso pertenecer ante todo al estudio propio de la juventud, porque ésta no se ha iniciado todavía en los intereses de la vida concreta, con respecto a los cuales vive en el ocio, y tiene que ocuparse primeramente, para su fin subjetivo —y también sólo teóricamente—, en adquirir medios y posibilidades para ejercer su actividad sobre los objetos de aquellos intereses. Entre estos medios, en contraste con la concepción de Aristóteles ya citada, se cuenta la conciencia lógica; el ocuparse de ella es un trabajo preparatorio, y su lugar es la escuela, a la que luego tiene que seguir la seriedad de la vida y la actividad para los verdaderos fines. En la vida se pasa al empleo de las categorías; se las hace descender del honor de ser consideradas por sí mismas, a fin de que sirvan en la actividad espiritual del contenido viviente, en la creación e intercambio de las representaciones que a ellas se refieren. En parte las categorías sirven como abreviaturas por su universalidad; en efecto, ¡qué infinidad de particularidades propias, de la existencia exterior y de la actividad, comprende en sí la representación, por ejemplo, de batalla, guerra, pueblo, o también de mar, animal, etc.!; ¡cómo se sintetiza en la representación de Dios, o del amor, etc. —esto es, en la simplicidad de semejante representarse- una infinidad de otras representaciones, actividades, condiciones, etc.!

Platón | [Ethos, lógica, Mundo]

Platón | [Ethos, lógica, Mundo]  Parménides
 
-Pero, sin embargo, Sócrates - prosiguió Parménides-, si alguien, por considerar las dificultades ahora planteadas y otras semejantes, no admitiese que hay Formas de las cosas que son y se negase a distinguir una determinada Forma de cada cosa una, no tendrá adónde e dirigir el pensamiento. al no admitir Que la característica de cada una de las cosas que
son es siempre la misma, y así destruirá por completo la facultad dialéctica. Esto, al menos según yo creo, es lo Que has advertido por encima de todo.
- Dices verdad, repuso.
- ¿Qué harás, entonces, en lo tocante a la filosofía?
¿Hacia dónde te orientarás, en el desconocimiento de tales cuestiones?
-Creo no entrever camino alguno, al menos en este momento.:-Es -dijo- porque demasiado pronto, antes de ejercitarte, Sócrates, te empeñas en definir lo bello, lo justo, lo bueno y cada una de las Formas. Eso es lo que pensé ya anteayer, al escucharte dialogar aquí con este Aristóteles.
Bello y divino, ten por seguro, es el impulso que te arrastra hacia los argumentos. Pero, esfuérzate y ejercítate más, a través de esa práctica aparentemente inútil y a la que la gente llama vana charlatanería*, mientras aún eres joven. De lo contrario, la verdad se te escapará.
- ¿Y cuál es el modo de ejercitarme, Parménides?- preguntó Sócrates.
- Ese -respondió- que escuchaste de labios de Zenón. Salvo en esto, que me pareció admirable que le dijeras que no accedías a que el examen se perdiera en las cosas visibles ni que se refiriera a ellas, sino a aquellas que pueden aprehenderse exclusivamente con la razón y considerarse que son Formas .
- Me parece, en efecto - dijo-, que de ese modo no hay dificultad en mostrar que las cosas que son, son tanto semejantes cuanto desemejantes y que están afectadas por cualquier otra posición.
- Muy bien - dijo-; pero, además de eso, debemos hacer esto otro: no sólo suponer que cada cosa es y examinar las consecuencias que se desprenden de esa hipótesis, sino también suponer que esa misma cosa no es, si quieres tener mayor entrenamiento.

________

*adoleschía

martes, 8 de abril de 2014

Heidegger | Nihilismo, metafísica, moral

Heidegger | Nihilismo, metafísica, moral


En el lugar de la desaparecida autoridad de Dios y de la doctrina de la Iglesia, aparece la autoridad de la conciencia, asoma la autoridad de la razón. Contra ésta se alza el instinto social. La huida del mundo hacia lo suprasensible es sustituida por el progreso histórico. La meca de una eterna felicidad en el más allá se transforma en la de la dicha terrestre de la mayoría. El cuidado del culto de la religión se disuelve en favor del entusiasmo por la creación de una cultura o por la extensión de la civilización. Lo creador, antes lo propio del dios bíblico, se convierte en distintivo del quehacer humano. Este crear se acaba mutando en negocio.

Lo que se quiere poner de esta manera en el lugar del mundo suprasensible son variantes de la interpretación del mundo cristiano-eclesiástica y teológica, que bahía tomado prestado su esquema del ordo, el orden jerárquico de lo ente, del mundo helenístico-judaico, cuya estructura fundamental había sido establecida por Platón al principio de la metafísica occidental.

El ámbito para la esencia y el acontecimiento del nihilismo es la propia metafísica, siempre que supongamos que bajo este nombre no entendemos una doctrina o incluso una disciplina especial de la filosofía, sino la estructura fundamental de lo ente en su totalidad, en la medida en que éste se encuentra dividido entre un mundo sensible y un mundo suprasensible y en que el primero está soportado y determinado por el segundo. La metafísica es el espacio histórico en el que se convierte en destino el hecho de que el mundo suprasensible, las ideas, Dios, la ley moral, la autoridad de la razón, el progreso, la felicidad de la mayoría, la cultura y la civilización, pierdan su fuerza constructiva y se anulen. Llamamos a esta caída esencial de lo suprasensible su descomposición.
La falta de fe en el sentido de la caída del dogma cristiano, no es por lo tanto nunca la esencia y el fundamento del nihilismo, sino siempre una consecuencia del mismo; efectivamente, podría ocurrir que el propio cristianismo fuese una consecuencia y variante del nihilismo. Partiendo de esta base podemos reconocer ya el último extravío al que nos vemos expuestos a la hora de captar o pretender combatir el nihilismo. Como no se entiende el nihilismo como un movimiento histórico que existe desde hace mucho tiempo y cuyo fundamento esencial reposa en la propia metafísica, se cae en la perniciosa de considerar manifestaciones que ya son y sólo son consecuencias del nihilismo como si fueran éste mismo o en la de presentar las consecuencias y efectos como las causas del nihilismo. En la acomodación irreflexiva a este modo de representación se ha adquirido desde hace décadas la costumbre de presentar el dominio de la técnica o la rebelión de las masas como las causas de la situación histórica del siglo y de analizar la situación espiritual de la época desde este punto de vista. Pero cualquier análisis del hombre y de su posición dentro de lo ente, por aguda e inteligente que sea, sigue careciendo siempre de reflexión y lo único que provoca es la apariencia de una meditación, mientras se abstenga de pensar en el lugar donde reside la esencia del hombre y de experimentarlo en la verdad del ser.

Foucault | Política, moral y ciencia: la FILOSOFÍA

Foucault | Política, moral y ciencia: la FILOSOFÍA



Alttheia, politeia, etbos: creo que la irreductibilidad esencial de los tres polos, y su relación necesaria y recíproca, la estructura de atracción de uno hacia otro y viceversa, sostuvo la existencia misma de todo el discursó filosófico desde Grecia hasta nuestros días. Pues lo que hace que el discurso filosófico no sea un mero discurso científico, que [se limite a] definir y poner en juego las condiciones del decir veraz, lo que hace que el discurso filosófico, desde Grecia hasta nuestros días, no sea un mero discurso político o institucional, que se limite a definir el mejor sistema posible de instituciones, y lo que hace, por fin, que el discurso filosófico no sea sólo un puro discurso moral que prescriba principios y normas de conducta, es precisamente el hecho de que, con respecto a cada una de estas tres cuestiones, plantea al mismo tiempo las otras dos. El discurso científico es un discurso cuyas reglas y objetivos pueden definirse en función de la pregunta: ¿qué es el decir veraz, cuáles son sus formas, cuáles son sus reglas, cuáles son sus condiciones y estructuras? Lo que hace que un discurso político no sea más que un discurso político es que se conforma con plantear la cuestión de la politeia, de las formas y las estructuras del gobierno. Lo que hace que un discurso moral no sea más que un discurso moral es que se limita a prescribir los principios y las normas de conducta.


Lo que hace que un discurso filosófico sea otra cosa que cada uno de esos tres discursos es que jamás plantea la cuestión de la verdad sin interrogarse al mismo tiempo sobre las condiciones de ese decir veraz, sea [por el lado de] la., diferenciación ética que da al individuo acceso a dicha verdad, [sea además por, el lado de] las estructuras políticas dentro de las cuales ese decir veraz tendrá el derecho, la libertad y el deber de pronunciarse. Lo que hace que un discurso filosófico sea un discurso filosófico, y no simplemente un discurso político, es que, cuando plantea la cuestión de la politeia (de la institución política, de la distribución y la organización de las relaciones de poder), plantea al mismo tiempo la cuestión de la verdad y del discurso veraz a partir del cual podrán definirse esas relaciones de poder y su organización, y también la cuestión del etbos, vale decir de la diferenciación ética a la que esas estructuras políticas pueden y deben hacer lugar. Y por último, si el discurso filosófico no es simplemente un discurso moral, se debe a que no se limita a pretender formar un etbos, ser la pedagogía de una moral o el vehículo de un código. Nunca plantea la cuestión del ethos sin interrogarse al mismo tiempo sobre la verdad y la forma de acceso a la verdad que podrá formar dicho ethos, y [sobre] las estructura políticas dentro de las cuales éste podrá afirmar su singularidad y su diferencia. La existencia del discurso filosófico, desde Grecia hasta la actualidad, radica precisamente en la posibilidad o, mejor, la necesidad de este juego: no plantear jamás la cuestión de la alétheia sin reavivar a la vez, con referencia a esa misma verdad, la cuestión de la politeia y el ethos. Otro tanto para la politeia. Otro tanto para el etbos.

Nietzsche | La moral por tema de investigación científica…

Nietzsche | La moral por tema de investigación científica…

 



Nunca se han cuestionado a fondo hasta el momento los conceptos de bien y de mal; en realidad, el tema era muy peligroso. La conciencia, la reputación, el infierno y hasta la policía no permitían —ni permiten— que se sea imparcial en este punto. Ante la moral, como ante cualquier autoridad, no está permitido reflexionar, y mucho menos hablar. No hay más que obedecer. Desde que el mundo es mundo, ninguna autoridad ha consentido ser objeto de crítica. ¿Acaso no se ha considerado que es inmoral criticar la moral, cuestionarla, ver en ella un problema? Más que de medios de disuasión y de coacción frente a las críticas, la moral dispone de un determinado poder de seducción que domina perfectamente: me refiero a que es capaz de entusiasmar. A veces le basta una mirada para paralizar la voluntad crítica o incluso para ponerla de su parte; a veces consigue que dicha voluntad crítica termine volviéndose contra sí misma y clavándose su propio aguijón a la manera del escorpión. Desde hace mucho tiempo, la moral dispone de todo tipo de artimañas en el arte de convencer a la gente; incluso hoy en día no hay orador que no recurra a ella en demanda de ayuda (véase, por ejemplo, cómo nuestros propios anarquistas apelan a la moral para tratar de convencer y cómo terminan considerándose a sí mismos «los buenos y los justos»). Y es que, en todas las épocas, desde que en el mundo existe la palabra y la posibilidad de convencer, no ha habido mejor maestra que la moral en el arte de seducir; para nosotros, los filósofos, ella ha sido nuestra auténtica Circe.

Aristóteles | La ciencia moral

Aristóteles, La ciencia moral


Siendo nuestra intención tratar aquí de cosas pertenecientes a la moral, lo primero que tenemos que hacer es averiguar exactamente de qué ciencia forma parte. La moral, a mi juicio, sólo puede formar parte de la política. En política no es posible cosa alguna sin estar dotado de ciertas cualidades; quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero ser hombre de bien equivale a tener virtudes; y por tanto, si en política se quiere hacer algo, es preciso ser moralmente virtuoso. Esto hace que parezca el estudio de la moral como una parte y aun como el principio de la política, y por consiguiente sostengo que al conjunto de este estudio debe dársele el nombre de política más bien que el de moral. Creo, por lo tanto, que debe tratarse, en primer término, de la virtud, y hacer ver cómo es y cómo se forma, porque ningún provecho se sacará de saber lo que es la virtud sino se sabe también cómo nace y por qué medios se adquiere. Sería un error estudiar la virtud con el único objeto de saber lo que es, porque es preciso estudiarla para saber cómo se adquiere, puesto que en el presente caso queremos, a la vez, saber la cosa y conformarnos nosotros mismos a ella; y es claro que seremos incapaces de conseguirlo si ignoramos el origen de donde procede y cómo puede producirse.

domingo, 6 de abril de 2014

Nietzsche | El mendigo voluntario (De Friedrich ENGELS)

Nietzsche | El mendigo voluntario (De Friedrich ENGELS)
Así habló Zarathustra*


Después que se separó Zaratustra del mas feo de los hombres, sintió la sensación de soledad y de frialdad, porque muchos pensamientos solitarios y glaciales pasaron por su espíritu, de suerte que, a causa de esto, también sus miembros se enfriaron. Mas como trepaba, cada vez mas arriba, por montes y valles, unas veces a través de verdes praderas; otras sobre barrancos agrestes y pedragosos, excavados en otro tiempo por algún torrente impetuoso, acabó su corazón por reanimarse y consolarse. ¿Qué es, pues, lo que me ha acontecido?—se pregunto—. Algo cálido y vivo que debe existir en mi vecindad me reanima. Ya estoy menos solo; presiento a los compañeros, a los desconocidos hermanos que vagan en torno mío; su cálido aliento conmueve mi alma.

Más como mirase alrededor de sí buscando a los que habían de servirle de consuelo en su soledad, he aquí que divisó unas vacas reunidas sobre una altura; de ellas procedían la compañía y el olor que habían reanimado su corazón. Estas vacas parecían seguir atentamente un discurso que se les dirigía, y no prestaban la menor atención al nuevo visitante. Más cuando Zarathustra hubo llegado a su lado, oyó distintamente una voz de hombre que entre ellas se elevaba, y era bien visible que todas ellas tenían vuelta la cabeza al lado, de su interlocutor.

Entonces Zaratustra escalo a toda prisa la altura y disperso a los animales, pues temía no hubiera ocurrido allí alguna desgracia, que la compasión de las vacas hubiera difícilmente podido remediar. Pero en esto se equivocaba, pues he aquí que un hombre estaba sentado en tierra y parecía querer persuadir a los animales de que no tuvieran ningún temor ante el. Era un hombre pacifico, un dulce predicador de las montanas, cuyos ojos pregonaban la bondad.

—.¿Qué buscas tú por aquí?—le interrogo Zarathustra con estupefacción. —.¿Que qué busco aquí?—respondió— !Lo mismo que tú, aguafiestas! Es decir, la felicidad sobre la tierra. Por esto quisiera que estas vacas me enseñasen su sabiduría. Pues sabe que hace ya media mañana que las hablo e iban a responderme. ¿Por que las has espantado? Si no retrocedemos y no llegamos a hacernos como las vacas, no podemos entrar en el reino de los cielos. Pues hay una cosa que deberíamos aprender de ellas: a rumiar. Y, en verdad, aun cuando el hombre conquistara el mundo entero, si no aprendía esta única cosa, quiero decir a rumiar, .de que le serviría todo lo demás? Porque no se desharía de su gran pesar..., de su gran pesar que hoy se llama hastío. ¿Y quién es el que hoy no tiene llenos de hastío el corazón, la boca y los ojos? !Tú también! !Tú también! !Pero mira estas vacas...!

Así habló el predicador de la montana; después dirigió su mirada hacia Zarathustra..., pues hasta este momento sus ojos permanecían fijos amorosamente sobre las vacas...; pero, de pronto, cambio su faz. — ¿A quien estoy hablando?—exclamo espantado, levantándose al instante. Este es el hombre sin hastío; este es el mismo Zarathustra, el que ha triunfado del gran hastío; estos son los ojos, esta es la boca, este es el corazón del mismo Zarathustra.

Y así hablando, besaba las manos de aquel a quien se dirigía, y sus ojos se arrasaban de lágrimas; y se comportaba como si un don o un tesoro precioso le hubiese caído del cielo de repente. Las vacas contemplaban todo esto asombradas.

—!No hables de mi, atrayente y extraño!—respondió Zarathustra, evitando sus caricias—. !Háblame primeramente de ti! No eres tú el mendigo voluntario que hace tiempo arrojo lejos de si su enorme riqueza?... .No eres el que sintió vergüenza de la riqueza y de los ricos, el que huyo entre los pobres con el fin de darles su abundancia y su corazón? Más ellos no te acogieron.

—Bien sabes—dijo el mendigo voluntario—que no me acogieron. Por esto es por lo que acabe yendo al lado de los animales y de las vacas. —Allí aprendiste—interrumpió Zarathustra—cuanto mas difícil es dar buenamente; que el bien dar constituye un arte, la suprema maestría de la bondad hábil. —Sobre todo, en nuestros días—respondió el mendigo voluntario—, hoy en que todo lo bajo se levanta ferozmente orgulloso de su casta, de la casta populachera. Porque tú sabes perfectamente que ha llegado la hora para la gran insurrección del populacho y de los esclavos; la funesta, prolongada y lenta insurrección !Crece y crece sin cesar! Hoy día los pequeños se rebelan contra todo lo que sea beneficioso y limosna; !Que estén alerta los demasiado ricos! Desgraciado de quien, semejante a un panzudo frasco, rezuma lentamente a través de un gollete demasiado estrecho..., porque, al presente, son estos frascos a los que mas a gusto se rompe el cuello. Lubrica codicia, biliosa envidia, áspera sed de venganza, orgullo populachero: todo esto me ha dado en el rostro. No es cierto que los pobres sean bienaventurados. El reino de los cielos esta entre las vacas. —.Y por que no entre los ricos?—pregunto Zarathustra para tentarle, mientras impedía que las vacas olisquearan familiarmente al pacifico apóstol. —. ¿Por que me tientas?—respondió este—, lo sabes mejor que yo. !Oh Zarathustra! ¿Que es, pues, lo que me ha impulsado hacia los mas pobres?¿No fue el asco de nuestros mas ricos?...¿De estos forzados de la riqueza que, con fría mirada, devorado el corazón por pensamientos de lucro, saben sacar provecho de todos los montones de basura..., de toda esta inmundicia, cuya ignominia clama al cielo?... ¿De este populacho dorado y falsificado, cuyos antepasados tenían las uñas largas, buitres o traperos, de esta gente con amabilidad para las mujeres, lubrica y olvidadiza..., que apenas se diferencia de las
prostitutas? !Populacho en las alturas! !Populacho abajo! !Qué importan ya hoy día los pobres y los ricos! He olvidado de hacer tal distinción y he huido muy lejos, cada vez mas lejos, hasta que he llegado al lado de estas vacas.

Así hablaba el apóstol pacifico y respiraba aguadamente y sudaba de emoción con sus propias palabras, de suerte que las vacas se asombraron otra vez. Pero Zarathustra, en tanto que profería estas duras frases, le miraba a la cara con una sonrisa, moviendo silenciosamente la cabeza.

—Te estas violentando, predicador de la montaña, empleando tan duras palabras. No han nacido tus ojos ni tu boca para semejantes durezas. Ni tampoco tú estomago, según parece: pues en ningún modo fue hecho para nada que sea cólera u odio rebosante. Tu estomago tiene necesidad de alimentos mas suaves; tú no eres un carnicero. Antes bien, me pareces herbívoro y vegetariano. Tal vez rumias el grano; en todo caso no estas hecho para los goces carnívoros y te agrada la miel.

—Bien me has adivinado—respondió el mendigo voluntario, con el corazón aliviado—. Me gusta la miel e igualmente rumio el grano, porque he buscado lo que tiene buen gusto y perfuma el aliento. Y también lo que exige mucho tiempo y sirve de pasatiempo y de golosina a los suaves indolentes y a los haraganes. Estas vacas, a decir verdad, ganan a todos en este arte: han inventado el rumiar y el acostarse al sol. También se abstienen de todos los pensamientos graves y de peso que inflaman el corazón.

—Pues bien—dijo Zarathustra—; también deberías ver a mis animales, a mi águila y a mi serpiente...; hoy día no tienen semejante sobre la tierra. Mira: he aquí el camino que conduce a mi cueva; sé su huésped por esta noche. Y habla con mis animales de la felicidad de los animales, hasta que yo regrese. Porque ahora un grito de angustia me llama con premura lejos de ti. También encontrarás en mi casa miel nueva, miel de doradas colmenas; de una frescura glacial !Cómela! !Ahora, por mucho que lo sientas, despídete a toda prisa de tus vacas, hombre atrayente y extraño! Pues son ellas tus mejores amigos y tus maestros de sabiduría. —Con la excepción de una solo a quien yo prefiero— respondió el mendigo voluntario—. !Oh Zaratustra, tú eres tan bueno y aun mejor que una vaca!

—!Vete, vete, vil adulador!—exclamo Zaratustra, con cólera—. .Por que quieres corromperme con todas estas alabanzas y con la miel de estas adulación? !Vete, vete, lejos de mi—exclamo una vez mas, levantando su palo sobre el afectuoso mendigo; pero este se puso a salvo a toda prisa.

__________________
*Nietzsche, Así habló Zarathustra, trad. Carlos Vergara, Edaf, Buenos Aires, 2005, p. 271 -275

Heidegger | El Comunismo, la guerra total y la historia del ser

Heidegger | El Comunismo, la guerra total y la historia del ser*

Si el “comunismo” es la constitución metafísica de los pueblos en la última etapa del acabamiento de la modernidad, entonces reside en la última etapa del acabamiento de la modernidad, entonces reside en ello que ya a comienzos de la modernidad su esencia, aunque aún encubierta, tiene que sentarse en el poder. 

Políticamente ello acaece en la historia moderna en el estado ingles. Éste –pensado en esencia prescindiendo de las formas de gobierno, sociedad y creencias conformas a la época- es lo mismo que el estado de las repúblicas soviéticas unidas, sólo con la diferencia de que allí un gigantesco encubrimiento, con la apariencia de moralidad y educación popular, hace a todo despliegue de poder inofensivo y evidente, mientras que aquí la “conciencia” moderna más desconsideradamente, aunque no sin apelar a la felicidad popular, se expone a sí misma en su propia esencia de poder. La forma burguesa-cristiana del “bolchevismo” ingles es la más peligrosa. Sin su aniquilamiento la modernidad perdura.


Pero el definitivo aniquilamiento sólo puede tener la forma del esencial autoaniquilamiento, que es promovido del modo más fuerte a través de la sobrevaloración de la propia esencia aparente en el rol de salvador de la moralidad. En qué punto temporal historiográfico se inserta el autoaniquilamiento del “comunismo” en un proceso y fin visibles, es indiferente ante la decisión ya determinada según la historia del ser, que hace a aquél inevitable. 
El autoaniquilamiento tiene su primera forma en el “comunismo”, ante el desencadenamiento de enredos bíblicos, impele hacia lo incontenible de sus completos dejar impotentes. La guerra no es como Clausewitz aun piensa, la continuación de la política con otros medios; cuando “guerra” mienta la “guerra total”, es decir la guerra que surge de la desatada maquinación del ente, entonces deviene transformación de la “política” y manifestante de que “política” y todo emprendimiento vital planeado mismo ha sido sólo una ejecución, ya no dueña de sí misma, de indominadas decisiones metafísicas. Tal guerra no continúa algo ya presente ante la mano, sino la fuerza a la realización de decisiones esenciales, de las cuales ella misma no es dueña. Por ello tal guerra no admite ya “vencedor y vencido”; todos devienen esclavos de la historia del ser, para la cual desde un comienzo fueron hallados demasiado pequeños y por ello constreñidos a la guerra. La “guerra total” constriñe a la política, cuanto “más real” ella ya es tanto más inevitablemente, en la forma de una mera ejecución de exigencias y apremios del ente abandonado por el ser, que únicamente se asegura calculadoramente, a través de ajuste y disposición a incondicional planeabilidad, el predominio de la prepotencia del puro despliegue de poder. Que tal guerra ya no conoce “vencedor y vencido”, no reposa en que ambos sean reivindicados con igual fuerza y que de un modo u otro sufran semejantes daños, sino se fe funda en que ambos adversarios y cada vez tienen que permanecer al interior de lo esencialmente indecidido. El signo infalible de ello es que no conocen ni computan otra cosa que sus “intereses”. La guerra misma no admite que ellos, el uno o el otro, a estos “intereses” en general y como tales los hagan advenir cuestionables en su carácter de “meta”. La promoción de guerras mundiales como táctica consciente del despliegue del comunismo metafísico como constitución fundamental del ente, ha sido por primera vez reconocida, impulsada y ejercida por Lenin. Su júbilo por el desencadenamiento de la guerra mundial en 1914 no conoce límites. Cuando más modernas devienen tales guerras mundiales, tanto más desconsideradamente exigen la concentración de todas las fuerzas bélicas en la tenencia de poder de pocos. Esto significa, sin embargo, que en general nada más de lo que pertenece al ser de los pueblos podría ser tomado para ser un elemento de las fuerzas bélicas en la tenencia de poder de pocos. Eso significa, sin embargo, que en general nada más de lo que pertenece al ser de los pueblos podría ser tomado para ser un elemento de la fuerza bélica. Y precisamente esta reconocida, por primera vez por Lenin, como “total movilización” y también así mencionada disposición del ente a la ilimitada rigidez del despliegue de poder en la desmesura, la más de las veces inaparente y pronto natural, de la evidente inclusión de cada uno, es realizada a través de las guerras mundiales. Ella lleva el “comunismo” al grado supremo de su esencia maquinal. Esta “elevación” máxima es el único sitio adecuado para precipitarse en la nada del abandono del ser, preparada por él mismo, e introducir el largo fin de su perecer.

Todos los pueblos de Occidente están incluidos en este proceso, cada uno según su determinación histórica esencial. Tienen que acelerarlo u obstaculizarlo. Pueden trabajar en su encubrimiento o en su exposición. Pueden combatirlo aparentemente o intentar permanecer fuera de su limitado campo de acción.
______________________________
*Martin Heidegger, La historia del ser, trad. Dina V. Picotti C. p. 243-245

Nietzsche | El más feo de los hombre (De Karl Marx)

Nietzsche | El más feo de los hombre | De Karl MARX
Así habló Zarathustra*

EL MÁS FEO DE LOS HOMBRES

Y una vez más Zaratustra recorrió bosques y montañas. Sin cesar buscaban sus ojos, sin que en ninguna parte consiguieran encontrar lo que él quería ver, el desesperado a quien el gran dolor arrancaba tales gritos de angustia. A lo largo del camino se alegraba en su corazón y estaba lleno de agradecimiento:
—¡Cuántas cosas buenas me ha dado este día, sin duda en compensación del mal comienzo que ha tenido! ¡Qué interlocutores tan extraños he encontrado! ¡Por el momento, voy a rumiar largo tiempo sus palabras, como si se tratara de un buen grano; mis dientes- las masticarán y remasticarán sin descanso, hasta que corran en el alma como leche!...

Pero, en un recodo del camino que dominaba una roca, el paisaje cambió de improviso y Zaratustra penetró en el reino de la muerte. Allí se elevaban arrecifes rojos y negros y no se advertía ni hierba ni un árbol, ni el canto de un pájaro. Pues era un valle del que todos los animales, huían incluso los animales salvajes; únicamente una especie de grandes serpientes verdes, de horrible aspecto, venían a morir allí cuando llegaba el fin de su vida. Por esto los pastores llamaban a este valle Muerte de las Serpientes. Zaratustra se abismó en negros recuerdos, pues le parecía haberse ya encontrado en este valle. Y una pesadez agobiante presionó su espíritu: de suerte que comenzó a caminar lentamente, cada vez más lentamente, hasta que al fin concluyó por detenerse.

Mas entonces, como abriera los ojos, vio algo que estaba sentado a la vera del camino, algo que tenía figura humana y que, sin embargo, apenas tenía nada de humano..., algo indescriptible. Y, bruscamente, Zaratustra fue acometido de una gran vergüenza por haber visto con sus ojos semejante cosa: ruborizándose hasta la raíz de sus blancos cabellos, volvió su mirada, y ya emprendía de nuevo la marcha, a fin de abandonar aquel lugar nefasto, cuando, de repente, un rumor se elevó del triste desierto: ascendió
del suelo una especie de gluglú, y de gorgoteo como cuando el agua barbotea y hace gluglú en la noche en una cañería obturada; este ruido acabó por transformarse en una voz humana...; esta voz decía:

—¡Zaratustra, Zaratustra! ¡Adivina mi enigma! ¡Habla, habla! ¿Cuál es la venganza contra el testigo? ¡Detente y vuelve atrás, eso está a cubierto de escarcha! ¡Pon cuidado, no vaya tu orgullo a romperse aquí las piernas! ¡Oh Zaratustra orgulloso, tú te crees sabio! ¡Adivina, pues, el enigma, tú que quiebras las nueces más duras...; adivina el enigma que soy yo! ¡Habla, pues, ¿quién soy yo?

Pero cuando Zaratustra hubo escuchado estas palabras..., ¿qué pensáis vosotros que pasó en su alma? Se llenó de compasión; y se desplomó de golpe, como una encina que habiendo resistido largo tiempo al hacha de los podadores se desploma de repente pesadamente, espantando a los mismos que querían derribarla. Más en seguida se levantó del suelo con una expresión de dureza marcada en su rostro.

—Te reconozco perfectamente—dijo con voz de bronce—: tú eres el asesino de Dios. Déjame marchar. ¡Tú no has soportado al que te veía..., al que te veía constantemente, en todo tu horror, tú, el más feo de los hombres! ¡Te has vengado de este testigo!
Así hablaba Zaratustra y se disponía a continuar su camino; pero el indescriptible se agarró a un faldón de sus vestidos y comenzó a barbotear de nuevo y a buscar sus palabras.

—¡Quédate!—dijo al fin—. ¡Quédate! ¡No pases de largo! He adivinado cuál era el hacha que te ha derribado. ¡Albricias, Zaratustra, por verte en pie nuevo! Tú has adivinado, lo sé bien, lo que en su alma siente el que ha matado a Dios..., el asesino de Dios: ¡Quédate! Siéntate a mi lado, que no será en balde. ¿Hacia quién iría yo, sino hacia ti? Quédate, siéntate. ¡Pero no me mires! ¡Honra de ese modo... a mi fealdad! Me persiguen: ahora tú eres mi refugio supremo.

No es que me persigan con su odio ni con sus guardias. ¡Oh, yo me burlaría de semejantes persecuciones, serían mi orgullo y mi alegría! ¿No fueron alcanzados, hasta ahora, los más grandiosos éxitos por los que más perseguidos se vieron? Y el que mucho persigue aprende fácilmente a seguir..., ¿no lo está ya efectuando... por detrás? Pero es su compasión..., es su compasión lo que yo rehuyo, y contra ello busca en ti un refugio. ¡Oh Zaratustra, tú, mi supremo refugio, tú, el único que me has adivinado, protéjeme! ¡Tú has adivinado lo que siente en su alma el que mató a Dios! ¡Quédate! Y si quieres marcharte, impaciente viajero, no tomes el camino que yo he traído. Este camino es malo. ¿Vas a guardarme rencor porque al cabo de demasiado tiempo chapurreo así mis palabras, porque ya me permito darte consejos? Mas sábelo, yo soy el más feo de todos los hombres. El de más grandes y pesados pies. Doquiera por donde yo he pasado, es malo el camino; yo desfondo y destruyo todos los caminos. Pero bien he visto que querías pasar en silencio por mí lado y he observado que te sonrojabas; en ello adivino que tú eras Zaratustra. Otro cualquiera me hubiera arrojado su limosna, su compasión con la mirada y con sus palabras. Pero no soy bastante mendigo para aceptar limosna: tú lo has adivinado. ¡Soy demasiado rico, rico en cosas grandes y formidables, las más feas y las más indescriptibles! ¡Oh Zaratustra, tu vergüenza me honra! Con gran trabajo he escapado a la muchedumbre de los misericordiosos, con el fin de encontrar al único que entre todos enseña hoy día que «la compasión es importuna»... ¡A ti, Zaratustra!... Ya se trate de la piedad de un Dios o de la piedad de los hombres, la compasión es una ofensa al pudor. Y el rehusar ayuda puede ser más noble que esa virtud, demasiado presurosa en socorrer. Es a esta virtud a la que la gentecilla considera hoy día como la virtud por excelencia: no tienen nada de respeto para el gran infortunio, para la gran fealdad, para la gran deformidad. Mi mirada pasa por encima de todos éstos, como la mirada del mastín pasa por encima de los bulliciosos rebaños de ovejas. Son seres pequeños, grises y lanudos, llenos de buena voluntad y de espíritu gregario. Como la garza que con la cabeza erguida lanza con desprecio su mirada sobre la superficie de quietos estanques, así dirijo yo desdeñosamente mi vista sobre el gris hormigueo de la insignificantes olas, de las voluntades pobres, de las almas ruines. Demasiado tiempo se le ha dado la razón a esta gentecilla: y de este modo se ha acabado por darles el poder... Y ahora ellos predican: «Nada es bueno sino lo que la gentecilla llama bueno». Y lo que hoy día se llama «verdad», es lo que enseña este predicador salido de sus filas, este extraño santo, este abogado de las gentes ruines, que afirmaba de sí mismo «yo soy... la verdad». Este presuntuoso ha sido la causa de que desde hace mucho tiempo las gentes ruines se den importancia... Al enseñar «yo soy la verdad», ha enseñado un error craso. ¡Oh Zaratustra! Tú, sin embargo, pasaste ante él diciendo: «¡No! ¡No! ¡Tres veces no!» ¿Se dio nunca respuesta más cortés a semejante presuntuoso? Tú has puesto a los hombres en guardia contra su .error, tú fuiste el primero en poner en guardia contra la piedad... hablando, ni para todo el mundo ni para nadie, sino para ti y tu especie. Tú tienes vergüenza de la vergüenza de los grandes sufrimientos. Y en verdad, cuando dices: «De la compasión se eleva una gran nube, ¡oh, humanos, estad alerta!» Y cuando enseñas: «Todos los creadores son duros, todo amor grande es superior a su piedad», entonces, ¡oh Zaratustra, cuan bien me pareces conocer los signos del tiempo! Pero tu mismo..., ¡guárdate de tu propia piedad! Porque hay muchos que hacia ti caminan, muchos de aquellos que se ahogan y se hielan... Al mismo tiempo, yo igualmente te pongo en guardia contra mí mismo. Tú has adivinado mi mejor y mi peor enigma..., quién era yo y lo que he hecho. Yo conozco el hacha que puede derribarte. No obstante..., fue preciso que murieses: él miraba con ojos que lo veían todo..., veía las profundidades y los abismos del hombre, todas sus disimuladas fealdades y vergüenzas. Su piedad no conocía el pudor: descubría hasta los repliegues más inmundos de mi ser. Fue preciso que muriera este curioso entre todos los curiosos, este indiscreto, este misericordioso. A mí me veía constantemente. Fue preciso que me vengase de semejante testigo; si no, preferible dejar yo mismo de vivir. ¡El Dios que lo veía todo, incluso al hombre, tal Dios debía morir! ¡El hombre no soporta que viva semejante testigo!

Así hablaba el más feo de los hombres. Pero Zaratustra se levantó, dispuesto a marcharse; se sentía helado hasta en sus entrañas. —Ser incalificable—dijo—, me has disuadido de seguir tu camino. Para recompensarte, te recomiendo el mío. Mira: allá arriba está la cueva de Zaratustra. Mi cueva es espaciosa y profunda y tiene multitud de recovecos; el más escondido encuentra allí su escondite. Y cerca de ella hay cien hendiduras y cien guaridas para los animales que reptan, que vuelan y que saltan. ¡Oh expatriado que te has desterrado a ti mismo! ¿No quieres vivir en medio de los hombres y de la piedad de los hombres? ¡Pues bien! ¡Haz como yo! Así también tú aprenderás de mí: sólo quien obra aprende. Comienza de antemano por conversar con mis animales! ¡Que el animal más fiero y el animal más astuto sean para nosotros verdaderos consejeros!

Así hablaba Zaratustra; y continuó su camino, más pensativo y más despacio que antes, porque a sí mismo se preguntaba muchas cosas sin encontrar fácil respuesta.

«¡Cuan miserable es el hombre!—pensaba en su corazón—. ¡Cuan feo, cuan repleto de bilis, cuan lleno de oculta vergüenza! Dicen que el hombre se ama a sí mismo. ¡Ay, cuan grande debe ser este amor por sí! ¡Cuánto desprecio necesita vencer cada día; también aquél se amaba y se despreciaba...; para mí era un gran enamorado y un gran denigrador. Jamás he hallado a nadie que se despreciara tan profundamente: también hay elevación en esto. ¡Ay! ¿Era tal vez éste el hombre superior, cuyo grito de angustia he oído yo? Me agradan los hombres del gran desprecio. Sin embargo, el hombre es algo que debe ser superado...».
_________________
*Nietzsche, Así habló Zarathustra, trad. Carlos Vergara, Edaf, Buenos Aires, 2005, p. 266 -271