domingo, 6 de abril de 2014

Heidegger | El Comunismo, la guerra total y la historia del ser

Heidegger | El Comunismo, la guerra total y la historia del ser*

Si el “comunismo” es la constitución metafísica de los pueblos en la última etapa del acabamiento de la modernidad, entonces reside en la última etapa del acabamiento de la modernidad, entonces reside en ello que ya a comienzos de la modernidad su esencia, aunque aún encubierta, tiene que sentarse en el poder. 

Políticamente ello acaece en la historia moderna en el estado ingles. Éste –pensado en esencia prescindiendo de las formas de gobierno, sociedad y creencias conformas a la época- es lo mismo que el estado de las repúblicas soviéticas unidas, sólo con la diferencia de que allí un gigantesco encubrimiento, con la apariencia de moralidad y educación popular, hace a todo despliegue de poder inofensivo y evidente, mientras que aquí la “conciencia” moderna más desconsideradamente, aunque no sin apelar a la felicidad popular, se expone a sí misma en su propia esencia de poder. La forma burguesa-cristiana del “bolchevismo” ingles es la más peligrosa. Sin su aniquilamiento la modernidad perdura.


Pero el definitivo aniquilamiento sólo puede tener la forma del esencial autoaniquilamiento, que es promovido del modo más fuerte a través de la sobrevaloración de la propia esencia aparente en el rol de salvador de la moralidad. En qué punto temporal historiográfico se inserta el autoaniquilamiento del “comunismo” en un proceso y fin visibles, es indiferente ante la decisión ya determinada según la historia del ser, que hace a aquél inevitable. 
El autoaniquilamiento tiene su primera forma en el “comunismo”, ante el desencadenamiento de enredos bíblicos, impele hacia lo incontenible de sus completos dejar impotentes. La guerra no es como Clausewitz aun piensa, la continuación de la política con otros medios; cuando “guerra” mienta la “guerra total”, es decir la guerra que surge de la desatada maquinación del ente, entonces deviene transformación de la “política” y manifestante de que “política” y todo emprendimiento vital planeado mismo ha sido sólo una ejecución, ya no dueña de sí misma, de indominadas decisiones metafísicas. Tal guerra no continúa algo ya presente ante la mano, sino la fuerza a la realización de decisiones esenciales, de las cuales ella misma no es dueña. Por ello tal guerra no admite ya “vencedor y vencido”; todos devienen esclavos de la historia del ser, para la cual desde un comienzo fueron hallados demasiado pequeños y por ello constreñidos a la guerra. La “guerra total” constriñe a la política, cuanto “más real” ella ya es tanto más inevitablemente, en la forma de una mera ejecución de exigencias y apremios del ente abandonado por el ser, que únicamente se asegura calculadoramente, a través de ajuste y disposición a incondicional planeabilidad, el predominio de la prepotencia del puro despliegue de poder. Que tal guerra ya no conoce “vencedor y vencido”, no reposa en que ambos sean reivindicados con igual fuerza y que de un modo u otro sufran semejantes daños, sino se fe funda en que ambos adversarios y cada vez tienen que permanecer al interior de lo esencialmente indecidido. El signo infalible de ello es que no conocen ni computan otra cosa que sus “intereses”. La guerra misma no admite que ellos, el uno o el otro, a estos “intereses” en general y como tales los hagan advenir cuestionables en su carácter de “meta”. La promoción de guerras mundiales como táctica consciente del despliegue del comunismo metafísico como constitución fundamental del ente, ha sido por primera vez reconocida, impulsada y ejercida por Lenin. Su júbilo por el desencadenamiento de la guerra mundial en 1914 no conoce límites. Cuando más modernas devienen tales guerras mundiales, tanto más desconsideradamente exigen la concentración de todas las fuerzas bélicas en la tenencia de poder de pocos. Esto significa, sin embargo, que en general nada más de lo que pertenece al ser de los pueblos podría ser tomado para ser un elemento de las fuerzas bélicas en la tenencia de poder de pocos. Eso significa, sin embargo, que en general nada más de lo que pertenece al ser de los pueblos podría ser tomado para ser un elemento de la fuerza bélica. Y precisamente esta reconocida, por primera vez por Lenin, como “total movilización” y también así mencionada disposición del ente a la ilimitada rigidez del despliegue de poder en la desmesura, la más de las veces inaparente y pronto natural, de la evidente inclusión de cada uno, es realizada a través de las guerras mundiales. Ella lleva el “comunismo” al grado supremo de su esencia maquinal. Esta “elevación” máxima es el único sitio adecuado para precipitarse en la nada del abandono del ser, preparada por él mismo, e introducir el largo fin de su perecer.

Todos los pueblos de Occidente están incluidos en este proceso, cada uno según su determinación histórica esencial. Tienen que acelerarlo u obstaculizarlo. Pueden trabajar en su encubrimiento o en su exposición. Pueden combatirlo aparentemente o intentar permanecer fuera de su limitado campo de acción.
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*Martin Heidegger, La historia del ser, trad. Dina V. Picotti C. p. 243-245

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