Heidegger | Nihilismo, metafísica, moral
En el lugar de la desaparecida autoridad de Dios y de la doctrina de la
Iglesia, aparece la autoridad de la conciencia, asoma la autoridad de
la razón. Contra ésta se alza el instinto social. La huida del mundo
hacia lo suprasensible es sustituida por el progreso histórico. La meca
de una eterna felicidad en el más allá se transforma en la de la dicha
terrestre de la mayoría. El cuidado del
culto de la religión se disuelve en favor del entusiasmo por la creación
de una cultura o por la extensión de la civilización. Lo creador, antes
lo propio del dios bíblico, se convierte en distintivo del quehacer
humano. Este crear se acaba mutando en negocio.
Lo que se
quiere poner de esta manera en el lugar del mundo suprasensible son
variantes de la interpretación del mundo cristiano-eclesiástica y
teológica, que bahía tomado prestado su esquema del ordo, el orden
jerárquico de lo ente, del mundo helenístico-judaico, cuya estructura
fundamental había sido establecida por Platón al principio de la
metafísica occidental.
El ámbito para la esencia y el
acontecimiento del nihilismo es la propia metafísica, siempre que
supongamos que bajo este nombre no entendemos una doctrina o incluso una
disciplina especial de la filosofía, sino la estructura fundamental de
lo ente en su totalidad, en la medida en que éste se encuentra dividido
entre un mundo sensible y un mundo suprasensible y en que el primero
está soportado y determinado por el segundo. La metafísica es el espacio
histórico en el que se convierte en destino el hecho de que el mundo
suprasensible, las ideas, Dios, la ley moral, la autoridad de la razón,
el progreso, la felicidad de la mayoría, la cultura y la civilización,
pierdan su fuerza constructiva y se anulen. Llamamos a esta caída
esencial de lo suprasensible su descomposición.
La falta de fe en
el sentido de la caída del dogma cristiano, no es por lo tanto nunca la
esencia y el fundamento del nihilismo, sino siempre una consecuencia del
mismo; efectivamente, podría ocurrir que el propio cristianismo fuese
una consecuencia y variante del nihilismo. Partiendo de esta base
podemos reconocer ya el último extravío al que nos vemos expuestos a la
hora de captar o pretender combatir el nihilismo. Como no se entiende el
nihilismo como un movimiento histórico que existe desde hace mucho
tiempo y cuyo fundamento esencial reposa en la propia metafísica, se cae
en la perniciosa de considerar manifestaciones que ya son y sólo son
consecuencias del nihilismo como si fueran éste mismo o en la de
presentar las consecuencias y efectos como las causas del nihilismo. En
la acomodación irreflexiva a este modo de representación se ha adquirido
desde hace décadas la costumbre de presentar el dominio de la técnica o
la rebelión de las masas como las causas de la situación histórica del
siglo y de analizar la situación espiritual de la época desde este punto
de vista. Pero cualquier análisis del hombre y de su posición dentro
de lo ente, por aguda e inteligente que sea, sigue careciendo siempre
de reflexión y lo único que provoca es la apariencia de una meditación,
mientras se abstenga de pensar en el lugar donde reside la esencia del
hombre y de experimentarlo en la verdad del ser.
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